El cultivo del maíz
El maíz es una planta rústica de fácil desarrollo y su cultivo con judías y calabazas da una excelente combinación de nutrientes.
Si deseamos disfrutar del maíz dulce en
pleno verano o de nutritivos platos de sémola de maíz o polenta a partir
del otoño, entonces, tendremos que aprovechar los meses de abril a mayo
para realizar las siembras en el huerto.
Aunque con frecuencia se equipara el
maíz con un cereal, en realidad, se trata de una especie única (Zea
mais), cuyos ancestros todavía no están claros y que desarrollan los
pueblos precolombinos de América. De hecho, aun hoy en día sigue siendo
la base de la alimentación en gran parte de las poblaciones de América y
también de África.
Su cultivo en el huerto es relativamente
fácil, aunque si queremos obtener grandes matas y abundantes y
suculentas espigas, tendremos que abastecerla bien de agua y nutrientes.
Entre las infinitas variedades de maíz
que podemos cultivar y consumir, existen tres grandes grupos con
características bien diferenciadas: los maíces de grano grande y duro,
aptos para elaborar sémolas y harinas y que se consumen mediante
cocción; las variedades de grano pequeño y piel extremadamente
resistente, que sirven para elaborar las populares palomitas; y las de
granos tiernos y jugosos –maíz duce–, especialmente aptos para su
consumo en fresco. Y en todas ellas podemos encontrar subvariedades con
diferentes formas de granos y colores.
Tradicionalmente, en América se sembraba
–y se siembra– con la técnica denominada “de asociación precolombina”,
que consiste en cultivar juntos maíz, judías y calabazas, o calabacines,
ya que aparte de resultar una asociación de mutualismo favorable, cada
planta contiene una combinación de nutrientes que juntos aportan y
cubren todas las necesidades de una alimentación equilibrada. El maíz,
hidratos de carbono; las judías secas, proteínas; y las calabazas,
vitaminas. Además, los tres productos son de larga conservación a
temperatura ambiente.
Independientemente de la variedad, las
formas de cultivo son casi idénticas. Por una parte, necesitamos una
tierra mullida, bien aireada en profundidad y rica en humus. Tolera
bien, e incluso aprecia, la presencia de materia orgánica en
descomposición. Por esa razón, si la tierra donde sembramos es pobre en
reservas de humus, esparciremos tras su nacencia de tres a cinco kilos
de compost por metro cuadrado.
Las variedades de maíz dulce y las de
palomitas se siembran en líneas separadas por unos 50 o 60 centímetros,
mientras que para las destinadas a grano necesitaremos entre 60 y 70,
puesto que las matas tienen un porte mucho mayor.
Lo más habitual es ir depositando unas
dos semillas por hoyo a 1 o 2 centímetros de profundidad, y cada 10 o 15
centímetros, de modo que cuando germinen y tengan unos 5 o 6
centímetros de altura, haremos un clareo, eliminando las matitas que
muestren signos de debilidad y amarilleamiento, y dejaremos en cada hoyo
la más sana y vigorosa.
Son plantas rústicas que con las
técnicas de cultivo ecológico apenas tienen problemas de desarrollo, a
excepción del gusano barrenador, que podemos controlar con fumigaciones
regulares de Bacillus turingiensis al atardecer, desde el momento en que
las plantas alcanzan medio metro de altura.
El momento óptimo de la cosecha depende
del tipo de maíz. Para las variedades de grano seco, tanto la de sémola
como la de palomitas, esperaremos a que las matas hayan completado su
ciclo y se sequen por completo las pieles externas de las mazorcas. Con
las variedades de maíz dulce para consumo de los granos tiernos,
tendremos que buscar el punto óptimo y, a mediados de verano, cuando los
estigmas que cubren las mazorcas empiecen a marchitarse, levantaremos
las pieles que recubren los granos y, con la uña, los presionaremos. Si
ésta se hunde y salta un jugo lechoso, les falta unos días. Si no se
clava la uña, es que empiezan a estar demasiado duros. Cuando la uña se
queda marcada sin hundirse, suele ser el momento ideal del consumo en
fresco.
integral
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